Sin embargo, cuando solo uno de los padres contesta a las preguntas del médico o la enfermera, mira y protege a su hijo, mientras que el otro está cotilleando las características de la consulta, las urgencias, la biblioteca o los diplomas o cuadros de la pared, entonces en mi fuero interno se enciende un faro rojo de preocupación, porque el trabajo de vigilancia, soporte y apoyo recaerá en uno solo, generalmente en la madre, no en ambos. Y, en consecuencia, el cansancio, las dudas y la ansiedad que producen todas las enfermedades de los hijos, incluso las más benignas, doblará una sola espalda.
—Queremos que usted se haga cargo de la salud de nuestro hijo. ¡Que sea su pediatra!
—Aún no ha nacido —contesté, mirando a ambos padres.
—Necesitamos consejos antes de que David —así se llamaría el niño— llegue al mundo.
Asentí con la cabeza, qué otra cosa podía hacer. Aunque no era habitual que aceptara este tipo de compromiso, me acordé del intenso y persistente sufrimiento de esta mujer y del miedo que probablemente tenía a repetir alguna negligencia en el cuidado de su próximo hijo.
Estuvimos casi una hora juntos. Ambos padres preguntaban, yo contestaba y ellos tomaban notas sobre cuestiones básicas relativas a cuidados