fecho, con las manos unidas por la espalda. En la parte trasera, también borrosa, Elba, con su cabello esponjado de siempre y sin cepillar, miraba a Gómez con tranquilidad. Al lado de ella había un espejo que reflejaba una sombra, alta y delgada; esa sombra tomó la fotografía. El flash le ocultaba la cabeza.
No había nadie en el cuarto oscuro. El editor me dijo que Elba había renunciado en cuanto terminó de revelar el rollo de