El sol mueve la sombra de las cosas quietas

La diferencia entre una vida real y una imaginada, pensó, es que la real se mueve sola y a la otra hay que ir arrastrándola como a un carro, a fuerza de ponerle detalles aquí y allá y no abandonarla nunca.

Camina con las riendas en la mano, Vicente a su lado. El pobre no necesita nada más que pasto y un poco de agua. Lo lleva a casa, despacio. Le habla:
–Vicente, viejo, no te asustes, solo te vas a convertir en árbol.

No se apuró, sintió la noche, la escuchó atentamente.

propósito de “One art”, de Elizabeth Bishop
Alejandra Kamiya

Es cuestión de proponérselo firmemente y no dejarse llevar por la primera decepción. Ni la segunda, ni la tercera.

La perra se daba vuelta para mirarla y vigilaba todo lo que ocurría. Cambiaba de terreno solo para que Eloísa pudiera seguirla. No pasó nunca debajo de una reja, lo que le hubiera resultado sencillo y a Eloísa imposible, no cruzó nunca por terrenos prohibidos ni jardines privados, no hizo nunca algo que supiera que Eloísa no hubiera podido. Y si al principio le había mostrado los dientes, como no dejó de hacer nunca con las demás personas, creó alrededor de ellas una especie de círculo.

Cuando la perra comía, Eloísa miraba las cicatrices. Víboras que se enroscaban alrededor de su cuerpo, algunas largas como látigos, otras cortas como signos de pregunta sueltos. Después de un tiempo las tocó, apenas con un dedo, y descubrió que ahí la perra no sentía. Era como si ahí, en donde había dolido, la perra no fuera.

Eloísa se cansaba como quien se vacía.

El hueco a través del cual respiraba, los agujeros en la tapa de la caja, eran los libros.

Las preguntas y las respuestas se buscan como amantes, y algunas vidas tienen la forma perfecta de una pregunta que invita y una respuesta que llega. Pero si una respuesta no tiene pregunta ¿sigue siendo una respuesta?