*Premio a la Edición 2022, categoría Libro de Ficción para jóvenes y adultos, Cámara Chilena del Libro.
Difícil escribir, más aún cuando no creo en la palabra como traducción de cualquier obra: lo que me anima a realizar estas aproximaciones es la fascinación que me produce la obra Cuervo, de Ricardo Fuentealba Rivera. Atrapado en una serie de imágenes visuales y textos, me deslicé en esa suerte de eterno presente en que se desarrolla su discurso. Definitivamente, no lo veo como una historia con sus desarrollos lineales, sino, a lo que más me aproxima, es a la poesía visual, algo que, sin dejarse encasillar en ningún territorio, se desplaza a partir de su propio ímpetu. En cada imagen, sea texto o dibujo, se contiene todo este transcurrir. Y van cayendo las imágenes en esa eterna noche, en el negro que rompe toda noción de tiempo. Para este cuervo la idea de presente no sirve, no pasamos de un estado de ánimo a otro; más bien, vemos desfilar, simultáneamente, todos nuestros fantasmas, todos nuestros ángeles, todo el horror y el esplendor de eso que llamamos vida. Nuestros pies de algodón también permiten desplazarse con delicadeza por estos dibujos y textos que no se ilustran mutuamente: se tensionan. El gran fantasma de Leonora es la idea que sostiene todo sentido, ese fantástico simulacro que a veces tejemos con habilidad y le decimos amor. Nunca lo que transcurre entre estas imágenes es el tiempo, todo queda resonando, circularmente, alrededor de nosotros, mientras que con un gesto heredado de la performance cosemos nuestros labios, la procesión va por dentro. Los sentidos se despliegan en diferentes direcciones, cada vez que la reviso aparecen nuevos tránsitos que yo no había atendido. Es ese el trasfondo infinito de las obras que me entusiasman y que, en este caso, lo confirmo nuevamente. Son las obras que releo, sin duda, con frecuencia, porque están lejos del acierto o fracaso; de lo bueno o malo; están más allá de las relaciones binarias. Solo se puede dialogar con esta obra para que vayan apareciendo toda suerte de imágenes. Espacio traslúcido en permanente cambio, donde cada uno se desplaza a su antojo: es obra y espectador a la vez. Esto no es solo una economía de medios; es, definitivamente, manso derroche. Esta colección de fragmentos estalla frente a nuestras propias narices solo para devolvernos aire fresco. Yo solo he tratado de reconstruir de otra manera el impacto que me causó esta obra, no me puedo meter en la cancha de los especialistas, no lo soy y me encanta no serlo.