En la literatura, como en la Tierra que nos sostiene sobre huellas de otros, no hay tabula rasa. Si algo puede ser escrito ahora es porque ha sido escrito, seguramente de otra forma, antes, y será reescrito, con algo de suerte, después. Acaso por eso una buena parte de los libros y piezas que leo y desmenuzo en este texto utilizan la reescritura como una estrategia de trabajo. En Las aventuras de la China Iron, por ejemplo, Gabriela Cabezón Cámara trae a colación y subvierte el Martín Fierro, uno de los textos canónicos de la literatura y la nacionalidad argentina, rescribiendo, tanto el libro como la nación, en clave queer. A la manera del DJ que mezcla sonidos, el poeta mexicano Gerardo Arana entrelaza los versos de Suave patria, el poema fundacional que Ramón López Velarde publicó en 1921, en los albores de la posrevolución mexicana, con palabras y ritmos de “Septiembre”, del poeta búlgaro Milev, para decir de otra manera –de manera geológica– la violencia estructural que aqueja al país el día de hoy