Si bien era difícil de creer que el fuego hubiese reducido a Troika a algo que se puede vaciar en un agujero, tenía sentido imaginarla vuelta una con la tierra. La idea de desaparecer siempre me había resultado tentadora: debajo de las cobijas, entre la gente que escoge jitomates en el mercado, en la punta de las olas que intentaba domar los veranos de playa. Que aquel cuerpo amado se mezclara con gusanos y hojas y sol y lluvia hasta disolverse por completo me pareció un destino envidiable.