Es esta una novela macerada y escrita a la antigua, entre hierbas y aceites con aroma a cine negro. Negrura y sordidez con destellos de inocencia y maldad: la inocencia de la pequeña María Magdalena, que no conoce su destino a sus tiernos siete años; sordidez por la vida de una Marina que sueña con un futuro que no se concede; negrura por la sombra de un Peláez, guardia civil que, investigador o no, le da, a su pesar, cuerpo a ese todo que en realidad nunca depende de estos actores improvisados. No son más que las diferentes caras de ese submundo que se sufre a diario, en la supervivencia continua, en la cara oculta de esa luna, que para algunos nunca se llena del todo. En estas páginas se entrecruzan lo más oscuro de la religión mal entendida, la sempiterna codicia de unos pocos y esta economía global tan de nuestro tiempo que propicia, porque permite, las mafias de Estado, capaces de generar guerras.
Retrata el autor por qué hemos perdido la batalla en Occidente contra esta nueva Horda Dorada, como ya la perdiéramos una vez y siempre contra otras hordas, en ese pasado nuestro de cultura grecolatina. Y es que este libro tiene el dudoso honor de publicarse en medio de la salvaje agresión, en tierras ucranianas, de los hijos de la madre patria de Tolstoi, el insigne escritor de Guerra y paz, que ya decía que «la ambición no es bondad, sino orgullo y crueldad».