Ojalá que os follen bonito.
Que en la desnudez os hagan sentir preciosas, deseadas e irremplazables. Y no como un pedazo de carne tambaleante con tres agujeros de placer donde practicar el metesaca como si fuerais muñecas hinchables, desparramando el sucedáneo de amor por todas partes.
Que os devuelvan la dignidad y la soberanía de vuestro propio cuerpo, que amenaza con convertirse en piedra.
Que regresen las mejillas rojas como manzanas, los calambres en las piernas, las caderas al punto de quebrarse, la espalda ardiendo en arañazos o caricias, el pelo revuelto, la entrepierna temblando, la mirada fija en esos otros ojos que se clavan como cuchillos (¡mírame!). Que vuelva esa boca impertinente que escupe obscenidades, palabras sucias que se vuelven dulces y envolventes cuando cesa la refriega.
–¡A mí la guerra!