Entré en la iglesia armenia de San Sebastián para reponerme. Estaba en penumbra y encendí una vela por todos mis seres queridos, mis hijos y nietos. Me quedé delante de la vela imaginándomelos cuando la vela empezó a vacilar, luego dejó de vacilar y enseguida volvió otra vez. Me volví para ver de dónde venía la corriente. La vela vaciló, luego dejó de vacilar, de repente caí en la cuenta de que era mi respiración la que la hacía vacilar. Cada vez que expiraba vacilaba solo por mi respiración, porque vivía, porque existía, yo ponía las cosas en movimiento, respirar era una gran responsabilidad, respirar, vivir, demasiado grande para mí.