El bestiario de Lascaux es prolífico: más de quinientos animales; la mitad de ellos caballos. Aun así, éstos resultan menos impresionantes que los bisontes bicolores, los ciervos del ábside, el panel de la vaca negra en la nave y, sobre todo, los grandes uros pintados en la rotonda. El más monumental de ellos supera los cinco metros. También impresiona la escena de caza que figura por debajo del conjunto de pinturas, en una galería sin salida a la que se le dio el nombre de «el Pozo». La escena representa la lucha entre un hombre y un enorme bisonte. El hombre está en desventaja; con el sexo rígido, los dedos de la mano separados y una cabeza como de pajarillo, parece aterrorizado. El bisonte que acaba de derribarlo tiene el pelo de la espalda erizado, la cabeza baja, los cuernos amenazantes. Pero está herido: la azagaya del cazador le ha perforado el vientre, por donde le asoman las entrañas. De espaldas a esta escena, un rinoceronte único en el arte parietal parece huir, mientras que en el suelo descansa un pájaro posado en una pértiga (¿un arma?, ¿un emblema?)