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Nicolai Vasilievich Gogol,Aleksandr Pushkin,León Tolstoi,Nikolai Leskov,Anton Chéjov,Iván Turguenev,Fiódor Dostoievski

Un siglo de cuentos rusos

  • Ivana Melgozahas quoted4 days ago
    El oficial de guardia levanta el extremo de la tabla, Gúsiev se desliza por ella, cae de cabeza, luego da una vuelta en el aire y ¡paf! La espuma lo envuelve; por un instante parece cubierto de encajes, pero al cabo de un momento el cadáver desaparece entre las olas.

    Se hunde rápidamente. ¿Alcanzará el fondo? Dicen que hay una profundidad de cuatro verstas. Cuando ha recorrido ocho o diez sazhens, el cuerpo ralentiza su caída, se balancea rítmicamente, como si vacilara y, arrastrado por la corriente, se desplaza más deprisa de lo que se hunde.

    Pero de pronto se topa en su camino con un banco de peces de los llamados pilotos. Al ver un cuerpo oscuro, los peces se detienen, como petrificados, y al punto se dan la vuelta todos a una y desaparecen. No ha pasado ni un minuto cuando, rápidos como flechas, se lanzan de nuevo sobre Gúsiev y empiezan a zigzaguear a su alrededor…

    Después aparece otro cuerpo oscuro. Es un tiburón. Con aire altanero y displicente, como si no hubiera reparado en Gúsiev, pasa por debajo del cadáver, que cae sobre su lomo; luego el escualo se da la vuelta y, con la panza hacia arriba, retoza en el agua tibia y transparente, abriendo con languidez su mandíbula con dos hileras de dientes. Los pilotos están embelesados; se detienen y contemplan la escena. Tras jugar con el cadáver, el tiburón acerca con desgana las fauces, roza cuidadosamente con los dientes la parte inferior, y la lona se desgarra a lo largo de todo el cuerpo, de la cabeza a los pies; una de las barras cae, asustando a los pilotos, golpea al tiburón en un costado y se hunde rápidamente.

    Durante ese tiempo, en la superficie, del lado de poniente, se amontonan las nubes; una de ellas parece un arco de triunfo, otra un león, una tercera unas tijeras… Por detrás de las nubes surge un ancho rayo verde que se extiende hasta la mitad del cielo; poco después aparece a su lado uno violeta, a continuación uno dorado, luego uno rosa… El cielo se vuelve de un lila suave. Al contemplar ese cielo espléndido y fascinante, el océano empieza a ensombrecerse, pero pronto adquiere unos colores delicados, alegres, apasionados, que apenas encuentran definición en el lenguaje de los hombres.
  • Ivana Melgozahas quoted4 days ago
    Arriba se extiende el cielo profundo, sereno, silencioso, las brillantes estrellas, igual que en la casa de la aldea; abajo reinan la oscuridad y el desorden. No se sabe para qué rugen las altas olas. Da lo mismo sobre cuál se pose la vista, todas tratan de sobrepasar a las demás, aplastándolas y rechazándolas; cada una de ellas, reluciente con su blanca cresta, se precipita sobre la anterior con estruendo, furiosa y horrible.
  • Ivana Melgozahas quoted5 days ago
    El vapor también tiene una expresión indiferente y cruel. Ese monstruo narigudo avanza y corta a su paso millones de olas; no teme a la oscuridad, ni al viento, ni a los espacios inmensos, ni a la soledad; no le importa nada, y, si el océano estuviera poblado de hombres, ese monstruo los aplastaría, sin distinguir tampoco a los santos de los pecadores.

    –¿Dónde estamos ahora? –pregunta Gúsiev.
  • Ivana Melgozahas quoted5 days ago
    El teniente se pasa todo el santo día dibujando planos, de modo que puedes hacer lo que te plazca: rezar a Dios, leer un libro, dar un paseo. Que Dios conceda a todo el mundo una vida semejante.
  • Ivana Melgozahas quoted5 days ago
    –¡Quiera Dios que podamos volver a vernos! –delira; en ese momento abre los ojos y busca en la penumbra un vaso de agua.
  • Ivana Melgozahas quoted9 days ago
    En el paisaje se percibía un matiz desesperado y enfermizo; la tierra, como una mujer caída que, sola en una habitación oscura, se esfuerza en no pensar en el pasado, evocaba con nostalgia la primavera y el verano, y esperaba con apatía el inevitable invierno. A cualquier lugar al que se dirigiera la vista, la naturaleza parecía una sima oscura, helada, de una profundidad infinita, de la que no podían evadirse ni Kirílov, ni Aboguin, ni la media luna roja
  • Ivana Melgozahas quotedlast month
    Agafia se levantó bruscamente, sacudió la cabeza y se dirigió hacia su marido con paso firme. Por lo visto, había hecho acopio de todas sus fuerzas y se había decidido.
  • Ivana Melgozahas quotedlast month
    En la aldea, junto a la última isba, en medio del camino, estaba Yákov, mirando fijamente a su mujer, que avanzaba hacia él. No movía un pelo, tieso como un poste. ¿En qué pensaba mientras la miraba? ¿Qué palabras preparaba para recibirla? Agafia se detuvo un instante, se volvió una vez más, como si esperara ayuda de nosotros, y siguió adelante.
  • Ivana Melgozahas quotedlast month
    Hubo un momento en que pareció volver en sí y estiró el tronco para ponerse de pie, pero una fuerza invencible e inexorable se apoderó de ella, lanzándola de nuevo contra Savka.

    –¡Que se vaya al diablo! –dijo con una sonrisa salvaje y gutural, en la que se entreveraban la determinación irracional, la impotencia y el dolor.
  • Ivana Melgozahas quotedlast month
    El chirrido monocorde y melancólico de los grillos, el graznido del rascón y el chillido de la codorniz, lejos de quebrar el silencio de la noche, reforzaban su inmensa monotonía. Parecía como si esa suave melodía que encantaba los oídos no emanara de las aves ni de los insectos, sino de las estrellas que nos contemplaban desde el firmamento
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