A través de los siglos, el destino de Irak ha estado inextricablemente unido al de Persia –el Irán moderno–, su vecino del este, mucho mayor en tamaño. Las fronteras entre ambos países han sido demarcadas sobre las líneas de falla de la historia, y este límite territorial, cultural y político tiene una historia extraordinariamente pródiga en sangre. No sólo se trata de la frontera natural entre los mundos de habla árabe y persa, sino que además traza una línea divisoria en el propio islam, que separa a una y otra comunidad musulmana chií. Los chiíes forman la mayoría de la población en ambas naciones, pero en Irak han estado sometidos a los suníes, sus viejos rivales en lo tocante a la supremacía islámica, durante gran parte de los últimos cuatrocientos años.