En los muchos años, la boca re-encuentra a la boca amada, la reconoce: el leve temblor, la carnosidad de los labios, la mueca felina, el aliento a clavo.
En los muchos años, la boca súbitamente tiembla, palpita, vuelve a ser niña, lee los labios: esa forma de pronunciar la «r» y quedarse a la intemperie, ese silencio de arroz blanco, la parsimonia intempestiva que trastabilla ante la duda.
En los muchos años, la boca está surcada de líneas y es una bodega de verbos y alegría.
La boca vuelve a escuchar su voz.