Y ahora estoy segura de que se descubre más de uno mismo proyectándose en el mundo exterior que en la introspección del diario íntimo —que, nacido hace dos siglos, no es forzosamente eterno—. Son los otros, anónimos que nos cruzamos en el metro, en las salas de espera, quienes, por el interés, la ira o la vergüenza con que nos penetran, despiertan nuestra memoria y nos revelan a nosotros mismos.