Estas diferencias de planteamientos no sólo eran un problema de táctica o estrategia. Venían condicionadas por unas bases filosóficas dispares. Karl Marx había tomado del filósofo Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) el método dialéctico de tesis, antítesis y síntesis para aplicarlo al proceso histórico y transformarlo en la lucha de clases, en la cual burguesía y proletariado pugnarían en la sociedad contemporánea para mantener o conquistar el poder, además de considerar el Estado la fase final de los procesos históricos donde se permite la acción individual. Es, en suma, el que construye la sociedad y Marx interpretará que aunque este no tenga que ser necesariamente permanente es imprescindible para facilitar el cambio social. En cambio, Bakunin, tal vez sin saberlo, estaría más en la línea de Immanuel Kant (1724-1804), quien basó toda su concepción de la moral y de la ética en la razón, en la conciencia de lo que está bien o mal, y desde esta perspectiva el ser humano era previo a la sociedad y extraía sus normas morales con carácter universal. Igual que existe un principio categórico, «haz de tu conducta una norma que sirva para todos los hombres y mujeres», también puede haber un «imperativo revolucionario» que nos impulse a transformar la sociedad. Es el individuo quien construye la sociedad desde la libertad, que se fundamenta en la conducta práctica, y no está determinado que los humanos estén permanentemente en guerra, como pensaba Thomas Hobbes (1588-1679), el autor del Leviatán, ni que de ello se derive la necesidad de un Estado fuerte para evitar el enfrentamiento permanente. No es precisa la existencia del mismo, puesto que la naturaleza humana tiene como condición vivir en sociedad, sin leyes que determinen la forma de convivencia.