Edgar Allan Poe – Era una fria tarde de noviembre. Acababa de dar fin a un almuerzo mas copioso que de costumbre, en el cual la indigesta trufa constituia una parte apreciable, y me encontraba solo en el comedor, con los pies apoyados en el guardafuegos, junto a una mesita que habia arrimado al hogar y en la cual habia diversas botellas de vino y liqueur.