Cuando usamos la palabra valor en singular, habitualmente lo hacemos para referirnos a los negocios y a la economía, dándole a la palabra connotaciones monetarias. En cambio, con valores, en plural, nos referimos a nuestras creencias y nuestras actitudes con respecto a la espiritualidad, la religión o la naturaleza. El valor nos hace ricos y trabajamos con ahínco para conseguirlo, pero los valores nos hacen humanos y, curiosamente, no sabemos cómo profundizar en ellos y aplicarlos a la vida. Así, los dos conceptos han tomado caminos divergentes y cada día nos preocupa más el abismo que los separa. Nos gusta la democracia, pero no encontramos candidatos que nos ilusionen; nos preocupa la educación de nuestros hijos, pero en el mundo de la enseñanza el mercado es más importante que los estudiantes. Necesitamos darle un sentido a la vida, pero estamos demasiado ocupados con el trabajo y la familia: queremos triunfar y, sin embargo, sentimos un vacío que sólo se puede llenar tendiendo un puente entre el “valor” y los “valores”. Ya no tomamos parte activa en la vida de las ciudades donde vivimos y todo nuestro tiempo se reparte en actuar como consumidores en un mercado, como trabajadores en una empresa y como miembros de una familia.
El predominio actual del valor sobre los valores se ha impuesto con gran rapidez si comparamos la vida actual con la de nuestros antepasados. El autor de este libro propone mantener la prosperidad económica sin olvidar los valores del pasado, recuperándolos y aplicándolos a nuestra vida actual, que ya no transcurre en pequeñas ciudades sino, gracias a las nuevas redes y organizaciones, en contacto potencial con millones de personas.