Ten cuidado con tu felicidad y la nuestra, pensaba al verte en el umbral de la puerta, llena de dicha, la mochila llena de libros. Guarda bien esa felicidad que nos hace sufrir tanto, murmuraba estremecida detrás de la puerta, con el ojo en la mirilla, y te imaginaba levantando tu dedo universitario y señalando que nuestro sufrimiento (el mío, Aitana, el mío) era una aguda contradicción, una distorsión que habitaba mi cabeza, una forma de neurosis, y dejándome enredada en tus palabras te alejabas a toda carrera hacia el campus.