me dejo vivir. Me empujo al trabajo ordenado, a la disciplina del esfuerzo constante, a la ambición de una conquista de reputación, al orgullo de formar a mi hijo, para no seguirme abandonando a la deriva, a la desesperación de estar viva, viviendo una vida que no quería y que me embriagaba y enloquecía, para no ceder a mi pasión, para no oír más el reproche de mi otro yo, ni el castigo de mi inteligencia cayendo sobre mis sentidos en el instante en que éstos, dormidos, no reclamaban ya su parte.