A Demby se le podría culpar de muchas cosas, pero el talento brotaba de él con generosa negligencia. Nunca quiso desarrollarlo, mostrar las cosas que hacía, introducirse en el mundillo de la fotografía. De qué me va a servir, decía forzando un poco la voz al estilo de los mafiosos italianos, hago lo que me apetece, gano bastante y tengo a las mujeres más guapas del barrio. Supongo que siempre mantuvo ese nivel. Me preguntaba si, a veces, no soñaba en secreto con abandonar el negocio para abrirse paso en el mundo del arte. Se lo pregunté. Respondió lo que me imaginaba. Que yo, como siempre, vivía en las nubes. Y que algún día, cuando tuviera suficiente dinero, él no haría otra cosa que arte, pero por el momento se conformaba con ir apuntando sus ideas en un cuaderno. Entonces no supe si estaba siendo irónico a mi costa o pensaba eso de verdad.