Aceptar las manchas negras del pasado también forma parte de conocerse a uno mismo. Aceptarlas para entender que, por desgracia, sucedieron y que ahora forman parte de nuestra historia, aprendiendo a vivir con ellas y abrazando a la persona que fuimos en ese momento.
Hay cosas que duelen tanto que llegamos a sentir pena de nosotros mismos al recordar por lo que tuvimos que pasar, y, oye, no es para menos. Esa pena se abraza y se coge con cariño. «Sí, sufrí muchísimo, lo pasé realmente mal. Hice lo que pude para salir, salí como humanamente pude y aquí estoy, intentando estar cada vez mejor». Esto es muchísimo más realista y respetuoso con nuestro proceso que tener que aguantar los discursos de «gracias a aquello ahora soy mejor persona». Aunque, oye, quizá sí, quizá has sabido sacar toda tu fortaleza a raíz de aquello, pero que sepas que, si no lo has hecho, no pasa nada.