Estoy en el mundo, soy de Dios encuentra su mayor fuerza en la sencillez y elocuencia de lo vivencial. La autora comparte, a modo de testimonio, cómo encontró a Dios, por qué cree en Él y su Palabra, por qué quiso quedarse en la Iglesia y qué sentido le da una fe lúcida a su estar en el mundo.
Tiene como disparador una especie de diálogo con el personaje de una serie que, por lo que dice y hace, podría caracterizarse como relativista, y al cual empieza pidiéndole apertura.
"Es difícil –expresa— que sea bien recibida cualquier palabra o actitud que afirme una verdad en la que se cree, que no esté alineada con la radicalidad del relativismo imperante. Cuesta ser escuchado ahí donde el mismo relativismo se convierte en imposición y contradice sus normas más básicas de tolerancia". Pero también reconoce que esta dificultad puede darse a la inversa, viniendo la imposición o exigencia de quien afirma esa verdad en la que cree. Tal reconocimiento le da un tono muy particular a toda su obra.