La infancia del mundo

La Pampa pasó de ser un árido y moribundo desierto en el confín de la Tierra, resecado por siglos de monocultivo de girasol y de soja, a la única vía, junto al Canal de Panamá, de navegación interocéanica de todo el continente.

Ahora solo quedaba huir hacia las playas de Santa Rosa en busca de venganza, a asesinar y contagiar a la gente rica y a los turistas extranjeros que tantas penurias habían causado a su madre y, por transitividad, a ella misma.

su modesto sueño de vengar a su madre se había convertido en una cruzada mayor, que le permitiría azotar a la humanidad en una escala de alcance planetario:

(¿ella, antes niña, ahora madre?

¿No era así, después de todo, como los mosquitos desde tiempos inmemoriales invadían las casas, a incordiar a sus dueños y a recordarles una vez más que lo que consideraban más propio, su infranqueable epidermis propietaria, ya estaba en realidad entrecruzada por formas incontrolables y justamente por eso insoportables de lo vivo?

Una fugaz intuición cruzó sus antenitas: de ahora en más, los vehículos de expresión humana serían insuficientes para comunicar su experiencia. Bzzz, bzzzz, bzzzzzz

La venganza, cuando arde como fuego, es incalculable, se dijo, ¿o tal vez calculable pero incontable?,

A este, sonrisa nauseabunda y cara de que manoseaba a su vieja en el baño, lo picó en los huevos; a este otro, andar altivo y arrogante y cara de que la miraría con denigrante desprecio mientras le limpiaba el inodoro, lo picó en el culo; a este otro, antipática mueca de soberbia y cara de que la invisibilizaría por completo, hablando por teléfono y tirando basura al suelo mientras ella pasaba barriendo, lo picó en la pupila de los ojos, y a este último, que le susurraría por los pasillos india mutante de mierda, lo picó en la lengua.

carecía de la espontaneidad y la fluidez de la jerga infantil que compartían los otros chicos, a quienes, encima, por inseguridad o arrogancia, consideraba unos pueblerinos de poca monta

cientos de nuevas enfermedades zoonóticas salían al mercado, apadrinadas por compañías que monetizaban sus efectos