Su expresión sugería que estaba trabajando bajo el influjo de alguna emoción que lo hacía clavar la pluma en el papel como si estuviese matando algún insecto nocivo al escribir, pero aun habiéndolo matado no quedaba satisfecho: debía continuar matándolo; y, aun así, algún motivo de enfado e irritación quedaba. ¿Podía ser su esposa?, me pregunté, mirando mi dibujo. ¿Estaba enamorada de un oficial de caballería? ¿Era el oficial de caballería esbelto y elegante, y vestía de astracán? ¿Se habría reído de él, por adoptar la teoría freudiana, cuando estaba en la cuna, una niña bonita? Pues, ni siquiera en la cuna, el catedrático, pensé, podía haber sido un niño guapo.