El lobo salió disparado desde los arbustos como un rayo gris, blanco y negro, los colmillos amarillos brillando bajo la luz. Era todavía más grande así, al descubierto, una maravilla de músculos y velocidad y fuerza bruta. La cierva no tenía ninguna oportunidad.
Disparé la flecha de fresno antes de que él la destrozara demasiado. El proyectil se le hundió en el flanco, y habría jurado que el suelo mismo vibró con ella. Él ladró de dolor y soltó el cuello de la cierva mientras la sangre se derramaba sobre la nieve, de un brillante rojo rubí. Se volvió hacia mí, los ojos amarillos muy abiertos, el pelo erizado.
El gruñido grave me reverberó en el pozo vacío del estómago mientras me ponía de pie y volvía a levantar el arco; la nieve me caía del cuerpo convertida ahora en lluvia.
Pero el lobo solo me miró, el hocico manchado de sangre, la flecha de fresno clavada profundamente en el flanco. La nieve empezó a caer de nuevo. Él miraba y miraba, con una suerte de conciencia y de sorpresa que me hicieron disparar la segunda flecha. Por si acaso, por si acaso esa inteligencia era del tipo inmortal, malvado.
No trató de esquivar la flecha cuando le atravesó limpiamente el ojo amarillo muy abierto.
Se derrumbó en el suelo.
El color y la oscuridad se arremolinaron, me taparon la visión, se mezclaron con la nieve.
Las patas del lobo se retorcían y un gemido grave se deslizó en el viento. Imposible…, tendría que haber estado muerto, no muriéndose. La flecha le había atravesado el ojo casi hasta las plumas de ganso.
Lobo o inmortal, no tenía importancia. No con esa flecha de fresno clavada en el costado. Estaría muerto muy pronto. Sin embargo, me temblaban las manos mientras me sacudía la nieve y me acercaba a él, pero no del todo. La sangre salía a borbotones de las heridas que le había hecho; la nieve se manchaba cada vez más de color púrpura.
Movió las patas despacio, la respiración cada vez más leve. ¿Le dolía enormemente o ese gemido era un intento para alejar de sí a la muerte? Yo no estaba segura de querer saberlo.
La nieve se arremolinó a nuestro alrededor. Fijé los ojos en el lobo hasta que ese pecho de carbón y obsidiana y marfil dejó de subir y bajar. Lobo…, en definitiva un lobo a pesar del tamaño.