No sé cómo explicarlo. Tomé al hombre de la mano y leí su mano. Tomé la pierna y leí su pierna. Leí su estómago, su espalda. Al tocarlo me era posible leer su cuerpo: adivinar su nombre, su edad. Estaba como inspirada, nutrida de algo tibio y delicioso que burbujeaba en mí. Senté al hombre en mi banco y abrí las páginas del libro.