Tenía catorce años y pensaba que la cosa más maravillosa del universo sería dedicarse al periodismo de investigación.
—¿Qué quieres ser de mayor? —me preguntaban los amigos de mis padres.
La pregunta no me hacía mucha gracia, pues implicaba definir de una vez y para siempre quién iba a ser el resto de mi vida.
—Quiero estudiar filosofía —respondía.
—Qué disparate, ¿quién va a pagarte para que seas filósofa? Ese trabajo no existe