Sólo una vez vi algo parecido al miedo en su cara. Aunque fue más bien una especie de desconfianza. Un día, asomándome desde la entrada a su cuarto, vi un destello. Era la estampa de la Virgen que tiene en su mesita de noche. Tenía unos hilos dorados. No soy religiosa, pero cuando me quise dar cuenta llevaba a la virgen en las manos, apretada contra el pecho. Medio enfadada, mi abuela me dijo que no la enseñara «mucho por ahí». Que nadie podía saber que la tenía. La estampita tiene más de doscientos años, de cuando el pueblo tan sólo era una pequeña aldea. Mi abuela Carmen no sabe de dónde la sacó su abuela. Pero la guarda desde entonces y es a quien mira antes de dormir.