Paola Peretti

la oscuridad que tengo dentro de los ojos va mucho más deprisa que lo que tardo yo en crecer.

A mí me gusta mucho la música porque no hay que ver nada.

Pero yo ahora en la cabeza solo tengo esa melodía, y no sé si me asombra más que la haya tocado Filippo o que exista en el mundo algo tan bonito que hasta te hace llorar.

Se me dibuja una sonrisa de oreja a oreja. Es extraño sentirse afortunada por algo para lo que no hacen falta los ojos. Ni las gafas.

Quizá sea esa la diferencia entre la amistad y el amor, que la amistad es fácil, y el amor en cambio te llena la cabeza de confusión, un poco como la niebla de Stargardt en los ojos.

La oscuridad no es un cuarto sin puertas ni ventanas. La oscuridad es un monstruo que se te come todas las aceitunas negras y los sueños

—Esta noche, cuando os dejen elegir cama, ponte al lado de la ventana.

—¿Por qué?

—Tú hazlo. ¿Eres capaz de quedarte despierta hasta medianoche?

—Pues claro.

—Entonces mira por la ventana. Te daré las buenas noches desde nuestra cabaña.

—¿Y cómo?

—Me verás.

—Pero yo…

—Ya verás como sí que me ves. No se lo digas a nadie.

Tengo muchísimo miedo, pero aun así me gustaría que esta bajada durase una hora entera, no, un día entero, no, que durase eternamente. Como la música de Filippo.

No, nada de hijos para mí. Solo «Óptimo Turcaret». Él se las apaña solo para comer, y también para lavarse y peinarse.

El amor siempre es una buena noticia, Mafalda, recuérdalo. Todo el mundo se enamora.