Christopher Ryan

Ellingson sostiene que «la nobleza de los indios está asociada a cualidades morales como la generosidad y el comportamiento adecuado y decente». Continúa diciendo: «Los “salvajes” de América gozan de un estatus que, desde el punto de vista jurídico, se corresponde con el de la nobleza de Europa». En otras palabras, Lescarbot veía reflejadas en la vida de los indios las libertades, privilegios y responsabilidades de la nobleza europea.

Antes de la evolución del Estado, en la mayoría de las sociedades aldeanas y grupales, el ser humano gozaba de una libertad política y económica que hoy solo goza una minoría privilegiada». Los hombres decidían por su cuenta cuánto tiempo iban a dedicar al trabajo en un día determinado, en qué trabajarían o incluso si trabajarían. Ni las rentas, ni los impuestos, ni los tributos impedían que la gente hiciera lo que quisiera. Una vida tan relajada y carente de restricciones habría sorprendido a un europeo, acostumbrado a vivir en una sociedad en la que únicamente la nobleza disfrutaba de una existencia similar.

La riqueza de los indios —medida en libertad y autonomía— iba acompañada de lo que a ojos de un europeo parecía pobreza material.

Cuando uno vive con lo justo, como hacen por definición todos los forrajeros, la única póliza de seguro es la generosidad de la gente que le rodea. Cada uno paga esa póliza siendo una fuente segura y fiable de apoyo. En este sentido, no es de extrañar que los psicólogos hayan establecido que una de las formas más óptimas de mejorar la sensación de bienestar es ayudando a los demás

Con la aparición del Estado, los hombres no pudieron utilizar gratuitamente la generosidad de la naturaleza, sino que debieron utilizar los bienes naturales pidiendo permiso a otro mediante el pago de tributos, impuestos o trabajo extra […]. Por primera vez aparecieron sobre la tierra reyes, dictadores, sumos sacerdotes, emperadores, primeros ministros, presidentes, gobernadores, alcaldes, generales, almirantes, jefes de policía, jueces, abogados y carceleros, junto con mazmorras, cárceles, penitenciarías y campos de concentración

Nuestras vidas se definen en gran medida por conflictos sumamente arraigados entre la generosidad reflexiva de nuestra naturaleza de cazadores-recolectores y los atractivos del egoísmo característicos de la civilización

esas comunidades casi siempre comparten una serie de ideas básicas fundamentales: «que la sociedad debe estar basada en la cooperación y no en la competencia; que la familia nuclear debe ser incluida en una comunidad más amplia; que la propiedad debe ser común; que las mujeres no deben estar subordinadas a los hombres; que el trabajo, incluso del tipo más servil, debe merecer cierta dignidad».

Nuestro subconsciente guía nuestra vida consciente igual que hace con nuestros sueños

Estamos tan empeñados en creer que las cosas están mejorando que desde un punto de vista emocional es difícil poner en tela de juicio el progreso. Esta tendencia nos sirve como un buen mecanismo de supervivencia. Nadie quiere creer que han invitado a sus hijos a una fiesta que ya está más que inmersa en la fase de ceniceros desbordados y bebidas derramadas. Sin embargo, por muy comprensible que pueda ser este optimismo, no debemos confundirlo con un pensamiento racional.

Ronald Wright explica que «es la esperanza lo que nos induce a inventar nuevos remedios para viejos males, con el resultado de que se crean nuevos males todavía más peligrosos». «La esperanza —añadía (en 2004)— elige a los políticos que hacen las promesas vacuas más portentosas.