Laura Tárraga

problema que atenazaba a Leiza era más que grave. Si continuaba con aquella mala racha, su vida iba a irse al traste. No sabía hacer otra cosa, llevaba una eternidad en aquel negocio. Lo era todo en su vida. ¿Qué podía hacer si no?

Era una inútil en otros aspectos cotidianos. Desde pequeña no había tenido que preocuparse por nada: llevaba una vida de soñadora perfecta. Toda su familia lo había sido y no había oído que se hubiera saltado ninguna generación. En fin, tampoco le había preocupado nunca esa posibilidad…

De manera que ¿qué le iba a decir en cuanto llegara? ¿Que no había soñado nada? ¡Venga ya! ¡Aquello era imposible! Al menos, para ella.

El problema que atenazaba a Leiza era más que grave. Si continuaba con aquella mala racha, su vida iba a irse al traste. No sabía hacer otra cosa, llevaba una eternidad en aquel negocio. Lo era todo en su vida. ¿Qué podía hacer si no?

Era una inútil en otros aspectos cotidianos. Desde pequeña no había tenido que preocuparse por nada: llevaba una vida de soñadora perfecta. Toda su familia lo había sido y no había oído que se hubiera saltado ninguna generación. En fin, tampoco le había preocupado nunca esa posibilidad…

De manera que ¿qué le iba a decir en cuanto llegara? ¿Que no había soñado nada? ¡Venga ya! ¡Aquello era imposible! Al menos, para ella.

Los titulares parecían arder. En todas las cadenas de televisión, radio y prensa se decía lo mismo. Shoana no sabía si le hacía gracia o si debía preocuparse

Las cosas que estaban en el pasado no debían retomarse. El pasado estaba bien donde estaba.

ese hormigueo que producen los reencuentros con viejos amigos: el que por un instante eclipsa lo malo para sólo concentrarse en lo bueno.

le abofeteó en la cara y tuvo que entrecerrar los ojos, aturdida. Apretó los puños y se obligó a caminar por las descuidadas calles de su barrio suburbano. El

, sino por su forma de caminar, cuadrando lo

Ahora sólo servía para soportar el peso de las llaves de ese cuchitril al que a veces se resistía a llamar hogar