Carlos opinó que mi reacción había sido exagerada y hasta me culpó de exponerme a los abusos de la gente, pues permitía que se dieran cuenta de mi vulnerabilidad. Para distraerme, me contó que cuando era pequeño y acompañaba a su padre a una fiesta, en la puerta y antes de tocar, don Rafael le decía: “Ya vas a estar frente a la gente. Ponte tu mascarita”. El niño se la ponía y, sonriente, entraba a la reunión conquistando a todo el mundo. Yo ya estaba demasiado grande para aprender a enmascararme imaginariamente.