Cada tres o cuatro días iban a la plaza de una aldea distinta, donde todo ocurría como de costumbre: las tonadas libertinas, los retratos halagadores, las curas con licor. Al principio Charbonneau traducía los llamamientos del cirujano barbero, pero en breve el francés se había acostumbrado tanto, que era capaz de reunir una multitud por su cuenta.