Carolina Andújar

Comprendí dónde había nacido la idea de que los gitanos raptaban a los niños: ese joven gitano acababa de raptar mi corazón para siempre.

Si algo llegase a pasarte, la belleza del mundo cesaría de existir para mí.

Cuánto anhelé poder convertirme por unos instantes en cualquiera de las personas que tuviesen la buena fortuna de seguir una sola de tus órdenes; cuánto hubiese querido ser yo quien pudiese sostener tu mano, y robar tu atención unos segundos para recibir la bendición de la noche de tus ojos.

—Eres mía —decía—. Eres mía eternamente, sólo mía y para siempre.

mi padre se preocupaba en exceso por mi bienestar y yo, aunque apreciaba la tierna atención que me prodigaba, no podía evitar sentirme abrumada.

lo que no habría ocurrido jamás, pues había heredado la vanidad de mi madre y me encantaba lucir bien aunque hubiese de quedarme en mi habitación

ingrata (apreciaba más estar sola que en compañía de mis seres queridos), vanidosa (me encantaban los vestidos, los peinados, los sombreros y las zapatillas)

Bien, padre, me acuso de mi falta de total humildad.

—¿Orgullo?

—Sí.

—¿Te arrepientes de tu orgullo?

—No.

Sentí una punzada de culpa al recordar lo mucho que mi prima deseaba estar conmigo y lo poco que me interesaba su compañía, pero seguí adelante.

Además, tenía una memoria excelente. ¡Jamás había olvidado unas horas de vigilia!