¿Qué piensa un hombre que contempla la Tierra desde el espacio, donde va a morir sin regresar? Nunca podremos saberlo, sin embargo, la historia no se detiene, e Irina Belokoneva, hija de ese cosmonauta perdido entre la Luna y la Tierra, es parte de ella.
La muñeca rusa arranca con la entrada en 1968 de las fuerzas del Pacto de Varsovia en Praga. En un psiquiátrico de la ciudad, son testigos de ella el celador Milos Meisner e Irina. Ella ha ido a parar allí porque cuenta la extraña historia de su padre, un cosmonauta abandonado a su triste suerte en el limbo espacial; un relato que nadie puede ni quiere creer, salvo Milos Meisner.
La historia no se detiene y la del celador, convertido en protagonista de la narración ha de seguir en París, donde alcanza cierta notoriedad como escultor. Gracias a ello prosigue su errática carrera y va a parar a un pueblo perdido de Almería. Viaja con él la historia de Irina y la culpa de haberla abandonado por segunda vez. Se la relata al librero del pueblo y en su diálogo es donde el lector recupera la historia, esa historia que nunca se detiene…