Con siete años Fede vive ya en la clandestinidad. Paramilitares encapuchados han entrado en su casa, han golpeado a su madre y han encañonado a su padre. Las nuevas rutinas que la familia se ve obligada a construir son para el niño aún una precaria forma de normalidad. Pero cuando deciden huir de Argentina, se rompe el hilo que los une a una cálida red de amigos y parientes, cultos y politizados, una comunidad de seguridad y afecto, y Fede se parte en dos: aparece Niño Anómalo. Es otro que lo habita, hecho de rabia y miedo, que lo domina y lo maltrata, y que a pesar de los años que pasan nunca envejece ni pierde poder.
Exiliado primero en Estrasburgo y luego en Barcelona, Fede arrastra consigo un doble, la persona que pudo haber sido y que se niega a desaparecer, invencible, alimentándose de toda la frustración que supone el desarraigo. Acabar con él requiere recoserse al mundo con lazos nuevos, pero también actuar, tomar decisiones drásticas. «Cada vez que llegamos a una nueva casa aprendemos dónde están las salidas, si hay ventanas bajas o puertas traseras. Si hay patio, dejamos una escalera apoyada en una pared para poder huir. No hay días ni noches. Las ventanas quedan cerradas, las persianas bajadas, las cortinas pasadas. No se sale, no hacemos ruido. Existimos como seres atípicos.»