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Carl Spitteler

  • Andrea Solarhas quoted2 years ago
    —¡Salud! —le deseó su cuerpo.

    —Gracias, Konrad —replicó él amablemente.

    Puesto que se llevaba tan bien con él, solía denominar a su cuerpo amistosamente Konrad.
  • Andrea Solarhas quoted2 years ago
    ¿Por qué ha de ser una locura? ¿Porque va-loro igual las experiencias internas que las externas? O mejor dicho, ¿porque las valoro infinitamente más? ¿O acaso porque me dejo llevar por ellas? ¿Y la conciencia? ¿Y Dios? ¿Acaso es también una locura que uno se deje influir en sus actos por su conciencia o por su Dios?
  • Andrea Solarhas quoted2 years ago
    ¿Quién es esa misteriosa ‘dueña de tu vida’, ‘la Rigurosa Señora’, a la que sirves con fanática entrega como un profeta a su Yahvé? ¡Yo te diré quién es tu ‘Rigurosa Señora’! Todo estudiante la conoce, todo charlatán, todo poeta de ceremonia, todo pastelero: es la musa, el recuerdo caduco, la vieja e insulsa tía de las alegorías, la madrina de la falta de vida, la patrona de la incapacidad.
  • Andrea Solarhas quoted2 years ago
    ¡Ven, deja que depositemos juntos a los pies de la ‘Rigurosa Señora’ los anhelos de nuestro corazón, cerrando ante su rostro una alianza más noble que la corriente unión de los sexos ante el altar de los hombres, la alianza de la belleza con la grandeza! Quiero ser tu fe, tu amor y tu consuelo, y tú debes ser mi orgullo y mi fama, que me transfigure, a mí, criatura deplorable y perecedera, en un símbolo, que me salve para la inmortalidad.”
  • Andrea Solarhas quoted2 years ago
    Entonces mi amiga inclinó la cabeza y mi dueña la bautizó con el nombre de Imago.
  • Andrea Solarhas quoted2 years ago
    ¡Desmedrados, consumidos al servicio de su Rigurosa Señora! ¿Y para qué? Para una mudanza en el futuro. Siempre el futuro..., ¡nunca el presente! Pensaba que pronto sería hora de que por fin llegara ese futuro, ¡a sus treinta y cuatro años!
  • Andrea Solarhas quoted2 years ago
    En consecuencia...», aquí sus pensamientos se detuvieron en seco, resistiéndose a las conclusiones.

    En su lugar completó la frase una voz tenue que salía del fondo más oscuro de sus sentimientos: «No hay esperanza», susurró la voz. Y como si hubiera sido la entrada, de repente se alzaron desde todas partes cientos de voces que repetían a coro la frase «no hay esperanza»
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